PREGÓN DE SEMANA SANTA-2003
Desde el más alto de los altares de nuestra huerta abre los brazos sobre
Murcia y muestra su corazón a la ciudad que en su escudo luce otro
rodeado por siete coronas.
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Siete palabras de agonía pronunció en el Calvario; siete puñales
atravesaron el corazón de su madre; siete días desde su entrada en Jerusalén
hasta su resurrección; siete luceros gimen en el infinito y siete rosas
brotan
a los pies de una cruz.
Señor de Monteagudo, faro de fe de los murcianos, divino y sagrado
corazón… hasta tu privilegiada atalaya llega el sentimiento de la Murcia
nazarena, devota y procesionista, que en la noche de hoy ha querido que
ponga palabras a tu pasión, muerte y resurrección haciéndome el mayor
honor que como cristiano y murciano podía soñar.
Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de la Diócesis de Cartagena-Murcia, don
Manuel Ureña Pastor; Ilmo. Sr. Alcalde de Murcia,
don Miguel Ángel Cámara Botía; Ilmo. Sr Delegado del Gobierno,
don José Joaquín Peñarrubia ; Sr. Presidente del Cabildo Superior de
Cofradías de la Semana Santa de Murcia, don Juan Pedro Hernández
González, Excmas. e Ilmas. Autoridades, Civiles, Militares y Religiosas,
Sres. Tenientes de Alcalde y
Concejales del Ayuntamiento de Murcia; Sr. Presidente de la Cofradía del
Santísimo Cristo de la Salud, José Miguel Noguera Celdrán ; Sra. y
Señores Presidentes y Hermanos Mayores de la Cofradías y Hermandades
murcianas, nazarenas y nazarenos de nuestra Semana Santa, señoras y
señores, buenas noches.
Cuando la imagen de la Virgen Gloriosa entró en mi iglesia de Santa
Eulalia, Murcia había cerrado para el Nazareno del Año 95 diez días de
especial emotividad. En ese tiempo que transcurrió en un abrir y cerrar de
ojos, éstos se me habían llenado de lagrimas dando el primer toque de aviso
a los estantes del Cristo del Amparo; aceptando las invitaciones de las
cofradías de la Caridad, Santo Entierro y Resucitado para tomar parte en
sus desfiles procesionales; escuchando el excepcional pregón de mi amigo
y compañero Alberto Castillo en la iglesia de Santo Domingo, y sobre todo,
notando el cariño y el afecto de la familia nazarena a la que no se si supe
corresponder con la distinción que me fue otorgada por el Cabildo. Fue una
Semana Santa que siempre llevaré en mi corazón .
Hoy sensaciones similares palpitan en mi interior. Hoy, la emoción vuelve
a abrazarme. Hoy, veo cumplido el sueño de aquel nazareno-periodista que
tenía la suerte desde las paginas de La Opinión de contar a Murcia la
grandeza de su Semana Santa. Hoy, no tengo lectores sino oyentes, la más
alta cátedra de la nazarenía de mi ciudad; y mi redacción es , nada más y
nada menos, el primer templo de nuestra Región, la casa del Señor, de mi
Señor Jesús en el que creo firmemente, que voluntariamente se sometió a
pasión y muerte por la redención de nuestros pecados y que resucitó, subió
al cielo y está sentado a la derecha de Dios Padre.
Señor, desde la humilde condición de un nazareno murciano, voy a intentar
contar desde el sentimiento tu gran obra de amor ocurrida hace dos mil
años.
Y todo comienza una tarde de Viernes de Dolores cuando los nazarenos del
Amparo quisieran colocar turquesas en lugar de espinas sobre las sienes de
ese Cristo de dulce muerte que se asoma a la plaza de San Nicolás. Es esta
cofradía parte fundamental de mi espíritu nazareno, a la que siento y quiero
como algo propio. Desde su primer desfile iniciamos juntos el recorrido por
el Calvario procesionista murciano, primero viendo al nazareno emprender
el vía crucis, después compartiendo el sufrimiento de una madre Dolorosa
y por último sobrecogidos por la muerte del Hijo de Dios . Más tarde se
incorporó la Sagrada Flagelación, vimos como Jesús es llevado ante
Pilatos; y lo mismo ocurrió en ese encuentro que se produce camino del
Calvario. La imagen de San Juan, el amado y predilecto discípulo se suma
al cortejo azul que abre nuestras procesiones con el legítimo orgullo de ser
el primer destello de nuestra incomparable Semana Santa.
Si el sentimiento nazareno es algo que se lleva en los genes, ya pueden
imaginarse lo que siento cada Viernes de Dolores cuando he visto desde
que tenían dos años a mis hijas vestir la túnica del Amparo. Ahora Alba,
con 18, rige como mayordoma en una de sus hermandades y Elena , con 14,
pone también orden como tal en un grupo de pequeños tras uno de nuestros
pasos. Hoy, como ayer, a este veterano nazareno se le abren las carnes y
empañan los ojos cuando lo que más quiero de este mundo quieren y
sienten a Murcia, sus tradiciones y nuestra fe a través de la nazarenía.
Es la saeta una oración cantada la que en la madrugada del sábado
acompaña a los tronos en su retorno a San Nicolás. Jesús del Amparo y
María de los Dolores llevan junto a las andas de sus pasos los primeros
besos de amor de la Murcia cristiana y nazarena.
Que amparo el tuyo! Temblor… que se levanta y se acrece y que, en la noche parece imprimirnos tu dolor… ¡Que amparo el tuyo, Señor! ¡Cómo tu angustia serena… se cincela con la pena de tu Pasión y tu Muerte, mientras , en la cruz, inerte de gracia el alma nos llenas. ¡Tu imagen, señor rendida… en la Cruz de Pasión… ¡Que ampara mi corazón para el hogar de mi vida…! ¡Que mi barca, estremecida, se libre de naufragar…! ¡No me dejes navegar solo , sin tu blanca estela…/ ¡Dale tu aliento a mi vela para que llegue a tu mar! (Jesús Huerta Alonso) |
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Un rayo de sol cruza la Plaza Circular en la tarde del Sábado de Pasión y
caprichoso se detiene en la puerta de la parroquia de San Francisco de Asís.
En ese instante irrumpe en ella el Cristo de la Fe. El color marrón de las
túnicas de sus nazarenos se difumina entre los chorros de agua de la fuente
y parece formar a los pies de la imagen de Antonio Dorrego un lecho de
ámbar y topacios.
La más joven de nuestras cofradías transmite desde el rigor el mensaje de
“paz y bien”, y muestra el rostro sublime de su Cristo que pierde la mirada
en el cielo de esta ciudad procesionísta, Jerusalén barroca, que en el
nacimiento de la primavera ofrece como mayor testimonio de amor la FE
de sus hijos al Cristo de los Capuchinos.
Señor mantén viva nuestra fe como elemento fundamental en la vida del
cristiano; bálsamo imprescindible que alimenta nuestro espíritu; luz
necesaria en el oscuro bosque de la desmotivación y la rutina.
El sonido de los tambores sordos de la Fe se entremezcla en el callejero
murciano con las marchas nazarenas que provienen desde el templo de
Santa Catalina.
Como si se tratase de un arrecife de corales bermellones, los penitentes,
estantes y mayordomos de la Venerable Cofradía del Santísimo Cristo de la
Caridad llenan la plaza en la que majestuosa se erige la imagen de la
Purísima.
La Oración en el Huerto, La Flagelación, La Coronación de Espinas,
Nuestro Padre Jesús Camino del Calvario, la Santa Mujer Verónica, María
Dolorosa (estos dos últimos desfilan por vez primera este año) y San
Juan… anteceden al Cristo de la Caridad. Su pálida muerte tiene la
delicadeza de trazo de la pintura de Ramón Gaya, es como sin un trozo de
lienzo de uno de los cuadros del maestro del Huerto del Conde hubiera
querido convertirse en sudario de este Cristo que nos invita a la Caridad.
Caridad con el necesitado, con el emigrante, con quienes sufren
persecución, para con nosotros mismo…
Jesús entra en la Jerusalén murciana, y lo hace desde el barrio de San Pedro
en la tarde del Domingo de Ramos. La Pontificia, Real y Venerable
Cofradía del Santísimo Cristo de la Esperanza, María Santísima de los
Dolores y del Santo Celo por la Salvación de las Almas tiene el
protagonismo.
El bullicio de la mañana en el entorno del templo en busca de la hermosa y
artística palma, se ha convertido en emocionado recogimiento cuando
aparece en ella el Cristo de la Esperanza. Cientos de túnicas esmeraldas
forman el cortejo. Destellos de piedras preciosas en la noche nazarena.
Quiso la mano de Salzillo recrearse en la talla de San Pedro, una de las
piezas más hermosas de nuestra Semana Santa; transmitir belleza murciana,
a la vez que dolor en el rostro de La Dolorosa ; y llenar de esperanza la
cara
de un crucificado que en el trance de la expiración aún no ha encomendado
su espíritu al Padre.
Es el momento de reivindicar para esta cofradía el orgullo de ser
depositarios de tres excelentes piezas del genial imaginero.
Y junto a ellas , el Nazareno de Baglietto que camina por el vía crucis de
esta nueva y vieja ciudad; la hermandad y paso del Arrepentimiento y
Perdón de Maria Magdalena, en el que los frutos de la mesa forman un arco
iris de tonalidades ; la Entrada de Jesús en Jerusalén que tanto quisiera mi
amigo Pepe Alarcón y el San Juan.
Desde el recuerdo y el afecto a don Antonio Meseguer, doña Carmen Pérez
Miralles, Pepe Barba, Paco Porto…que tanto me aproximaron a ella, no
puedo olvidar la histórica vinculación que el Ejercito ha tenido con esta
cofradía, ensalzada este año con el emotivo acto de unir a la misma a la
Base Aérea de Sangonera a través de su Virgen de Loreto y la Dolorosa.
Jesucristo del castizo Barrio de San Pedro, tu eres el primer latido de
esperanza de nuestra semana de pasión; el anuncio de que tras la muerte
hay esperanza de vida; que tu sacrificio, por el perdón de nuestros pecados,
tiene como recompensa el abrirnos la gloria eterna.
Desde hace años acudo en la mañana del Lunes Santo a San Antolín. Allí
me lleva la fe y la devoción al Cristo del Perdón. Sabe Juan Pedro
Hernández mejor que nadie la emoción que me embarga cuando beso el
Pie de su venerado titular. La misma, que le tiene todo un barrio que entre
lágrimas en los ojos y a los sones de su himno lo ven descender desde su
altar para estar entre ellos, y parece como si este les susurrase al oído a
cada uno de los que se acercan a besarlo, muy “abonico” como decimos los
murcianos…
“no me habéis elegido vosotros a mi, sino que he sido yo quien os he elegido
a vosotros y os he puesto para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto
permanezca” (Jn. 15,16).
Hoy y aquí digo que el Cristo del Perdón ha elegido a San Antolín, a los
nazarenos que visten de magenta, para que lleven a Murcia su mensaje de
amor en la noche del Lunes Santo. Y la ciudad recibe el reflejo de casi dos
millares de brillantes granates que compiten en su parpadeo con las
estrellas del infinito.
Por eso no hay mejores estantes que aquellos que pasean al Perdón por las
calles murcianas, porque este Cristo no es portado, cargado ni llevado, es
paseado con una delicadeza y estética que alcanza admiración.
Por eso la grandeza de esta antigua cofradía. Grandeza en el número de
nazarenos, de hermandades, de tronos… grandeza de espíritu y murcianía
que se palpa desde el principio hasta el final de su desfile procesional.
Desde la hermandad de Jesús en Getsemaní hasta la de Nuestra Señora de
la Soledad, pasando por la del Prendimiento, Jesús ante Caifás, la
Flagelación, la Coronación de Espinas, la del Encuentro en la Vía
Dolorosa, la Verónica y el Ascendimiento.
Perdona señor nuestros pecados; perdona Cristo de San Antolín nuestras
ofensas ; oh señor del Lunes Santo , que lo primero que hicisteis al ser
levantado en la Cruz, fue perdonar a vuestros verdugos y rogar por ellos a
vuestro Padre Celestial, quitad de nosotros el espíritu de venganza y dadnos
fuerzas para saber perdonar.
Gracias queridos Hermanos Hospitalarios de la Pontificia, Real y Primitiva
Asociación del Santísimo Cristo de la Salud. Hoy , gracias a la propuesta
de vuestro presidente aprobada por el Cabildo de Cofradías,( una vez más
gracias a todos sus miembros), este murciano tiene el privilegio de piropear
a su Semana Santa, o lo que es lo mismo a su tierra, a esta Murcia de mi
corazón que mi padre me enseñó a amar.
Martes Santo murciano. La tarde huele a jazmín e incienso. Murcia
muestra la imagen sobria de sus desfiles procesionales. Las puertas del
templo de San Juan de Dios se han abierto para que la hermandad del
Nazareno de la Merced inicie el desfile. Las túnicas de los cofrades de la
Salud parecen cordones de perlas dibujadas entre claveles rojos formando
hileras junto a los tronos. La imagen de San Juan y la Santísima Virgen del
Primer Dolor anteceden al Señor.
Desde el orden y el rigor también nuestra ciudad entiende su Semana Santa.
Sentimiento nazareno fresco, joven, ilusionado… que llega desde la
tradición universitaria y estudiantil siempre vinculada a esta cofradía.
Cofradía unida desde su fundación a la Casa Real, continuadora de la
antigua asociación del Sancti Spiritu constituida en remotos tiempos en la
misma iglesia de donde partió por primera vez en la mitad del siglo pasado.
Su venerado titular sabe de sufrimientos como pocos. Cuantas suplicas
llegarían hasta él cuando durante muchos años presidió la escalera de
acceso al viejo hospital de San Juan de Dios.
Pero la noche del Martes Santo nos lleva al encuentro con una de las
imágenes de mayor devoción de esta ciudad. Cuantas veces al filo de la
madrugada y en el Arco de San Juan he querido salirte al paso mi amado
Padre del Rescate. De niño, mi abuela María me llevaba a besar tu bendito
pie. Hoy, con sus 98 años me pregunta todos los años si te he pedido por
ella. No es el Cristo del Rescate el señor de San Juan, es algo más, mucho
más. Es el dulce y maniatado cordero al que Murcia lleva en su corazón.
Corazones que palpitaron de una manera especial cuando el año pasado
salió a la puerta de su templo para recibir a su Madre de la Fuensanta.
Allí,
en esa plaza, la fe mariana se abrazó a la devoción más sincera. Allí y
para
la historia de esta ciudad quedaba plasmada una de las manifestaciones de
fe más hermosas que ha vivido Murcia, porque allí estaba Murcia, con su
Virgen Morena y su Cristo, con su Fuensantica y su Rescate, con los dos
grandes amores cristianos que sentimos cuantos hemos tenido la suerte de
nacer en esta tierra.
Cada Martes Santo Cristo del Rescate, te busco y te encuentro. Te miro y te rezo. Me emociono y lloro.
Tu hermosa Madre de la Esperanza me prepara en el silencio para cuando
llegue el instante de verte entrar por el Arco, al igual que el tintineo de
los
faroles que franquean el trono de la preciosa Cruz Guía que abre el desfile
de la Hermandad de Esclavos de Nuestro Padre Jesús del Rescate y María
Santísima de la Esperanza.
Es el color de las túnicas de los hermanos del Rescate como amatistas con
capa de nácar en la sobria y nazarena noche del Martes Santo.
Y entre sombras y luz el Cristo de la Sangre avanza,
seguido de la luz de Murcia ,
acompañado de la luz de la esperanza.
La ciudad se tiñe de “colorao”
sentimiento nazareno y huertano,
suspiros de amor de todo un barrio
en el Miércoles Santo murciano.
Me hice nazareno hace 37 años. Y me hice nazareno de la Sangre. Me
consta el orgullo de mi padre, carmelitano de la calle Ricardo Gíl, al verme
vestir la túnica “colorá”. Penitente en la Hermandad de San Juan, estante
del trono de la Hijas de Jerusalén y en la actualidad Mayordomo de la
Cofradía. Si al hablar del Amparo comentaba que esta cofradía formaba
parte fundamental de mi espíritu nazareno, al referirme a la de la Sangre
manifiesto que aquí está mi sentimiento nazareno. Mis raíces nazarenas
más profundas y verdaderas. En donde he aprendido el significado de mi
Semana Santa, de sus valores cristianos y costumbristas, a amar a Murcia
siendo “colorao”, a llenarme de barroquismo , de aromas huertanos … de
fe.
De fe en ese Cristo que me habla siempre que le puedo mantener la mirada.
Que camina en mi busca clavado a su cruz. Que me tendió sus brazos
cuando mi corazón quiso pararse. Que me muestra su costado abierto del
que brota la Sangre de la vida, la misma que cada día se manifiesta en la
Eucaristía.
Ese Cristo al que da de beber agua fresca la murciana Samaritana; que
visita en el Barrio la Casa de Lázaro; que en una fuente de la Plaza
Camachos lava los pies de sus discípulos; que es negado por Pedro en el
Jardín de Floridablanca ; prendido mientras el Verrugo roba habas en uno
de los huertos del partido de San Benito; al que salen a su encuentro las
mujeres carmelitanas cuando inicia el camino por el calvario murciano; que
muestra su pena al atravesar el Puente Viejo; que muere caminando cada
Miércoles Santo por las calles de Murcia siendo testigo de ello su Dolorosa
Madre y Juan el evangelista.
Señor, mi señor de la Sangre, como guiastes la gubia de Bussy para que
plasmase con tanta belleza el tremendo instante de tu santa muerte.
Brilla Murcia en el filo de la madrugada del Jueves Santos, es como si las
gotas de la sangre de Cristo se hubieran transformado en rubíes gracias al
color de las túnicas de cientos de nazarenos que llenan sus calles dándole
sentido al Miércoles Santo murciano.
Quiso la noche pararse a las puertas del templo de San Lorenzo. Su oscuro
semblante se dibujo de azabache en las túnicas de los nazarenos del
Refugio. Su negro manto abrazó a la hermosa ciudad y en las calles se hizo
el silencio.
Dicen, que los luceros taparon su rostro para que no se filtrase ni un solo
de
sus destellos y que pareció como si la luna llevase un velo opaco
impidiendo que su luz crease sombras. Las tinieblas se hicieron en el
Jueves Santo, y EL, volvió a morir tal y como ocurrió hace 2003 años.
A este pregonero lo enseñaron a rezar el padrenuestro mirando al Cristo del
Refugio, ante una foto que don Ramón Sánchez Parra García había
regalado a mi abuelo y este a su vez a mi madre. Y…. ¿cómo puedo yo
expresar lo que siento cuando me piden que hable de EL, del Jueves Santo
murciano, de la procesión del silencio…?
Mirándote señor del Refugio siento la mano de mi madre enseñándome a
juntar las mías para iniciar una plegaria; siento el frío de la noche en un
niño que medio asustado en la oscuridad han llevado a ver tu retorno a San
Lorenzo; siento la voz de mi padre explicándome que has muerto y que en
esta procesión no se dan caramelos… siento, con el paso de los años, que
Murcia tiene una manera distinta de vivir en el silencio su Semana
Santa…siento tantas cosas bendito Cristo del Refugio.
¿Hablar de Ti? Yo señor, hablar de ti. Si tu hablas desde el madero. Es
como pedirle al pintor que hable de sus cuadros, cuando son los cuadros los
que tienen que definir a su autor. Tu hablas de amor, tu perdonas desde la
cruz, tu te conviertes en nuestro refugio en la gran soledad de nosotros
pecadores, tu eres la buena muerte, el dulce cordero sacrificado, el divino
maestro, el señor del silencio, mi padre amado.
¿Describir el desfile procesional?. Si esta es la procesión de las
procesiones. Si aquí sobran los calificativos porque en ella estás Tu y sólo
Tu, Santísimo Cristo del Refugio. Tu agonía y muerte llenan la procesión y
a tu lado los únicos nazarenos de nuestra Semana Santa que en su
voluntaria promesa de silencio no pueden vitorearte, aunque si rezarte
durante el recorrido, como yo quiero hacerlo en este momento:
“Padre mío del Refugio que estás en los cielos y que tienes a tu lado a mi
amigo Ramón Sánchez Parra, a Enrique Ayuso Serrano, Jesús López Pujol, a don
Ramón, a tantos hermanos que vistieron la túnica negra y morada y a tantos
nazarenos de nuestra Semana Santa, santificado sea su nombre, bendice a esta
Murcia de mi alma y a cuantos tenemos el honor de formar parte de sus
cofradías pasionales. Tu dolor y muerte son nuestra salvación. No nos prives
del amor que le tenemos a esta tierra en la que hemos nacido. Guíanos para
enseñar a nuestros hijos el camino nazareno que Tu nos has marcado, la fe y
la esperanza de que tras la muerte existe la vida, y que al final, cuando
todo sea oscuridad y silencio, Tu, sólo Tu nos estarás esperando para gozar
a Tu lado de la vida eterna”.
Las tenues luces del alba dibujan siluetas de color morado en la ciudad que
comienza a despertar. No hay día más nazareno en el calendario que el
Viernes Santo, y mañana más sublime que aquella en la que desfila la Cofradía de Nuestro Padre Jesús. Cuando a las 8 horas se abren las puertas
de su privativa Iglesia, un derroche de arte se pone en movimiento para
encontrar como excepcional marco la ciudad para la que fue concebido. Y
Murcia, toda Murcia, es admiradora de la obra de Francisco Salzillo y
Alcaraz. Y Murcia, toda Murcia, es “morá”. Y Murcia, toda Murcia, se
siente nazarena junto al Nazareno…
Esta es la cofradía de todos, porque cualquiera de nosotros quisiera ser
partícipe de la Santa Cena; testigo de la Oración en el Huerto; parte del
Prendimiento; detener el brazo del sayón en los Azotes; paño de la mujer
Verónica; aliviar el peso de la cruz del Hijo de Dios en la Caída; estante de
Nuestro Padre Jesús; ser señalado por el dedo de Juan o angelote a los pies
de la Dolorosa.
“Llora la Dolorosa por las calles de Murcia y su dolor causa compasión y
devoción.
Sus lágrimas son diamantes por los que se puede ver el corazón de una madre
atravesado por el puñal del dolor.
Sus lágrimas son dos aguamarinas en las que se ahogan sollozos y penas. Sus
lagrimas son rocío de la mañana que sólo evaporará súplicas y plegarias.
Señora del Viernes Santo, Dolorosa de Murcia, Madre de Nuestro Padre Jesús
Nazareno, Reina de la mañana, Luz de esta tierra…
Quisiera ser sol, pañuelo, brisa, oración… para secar esas benditas lágrimas
ya que no hay más consuelo ni acción que evite tu dolor, el dolor que sólo
sabe sentir una madre por la muerte de un hijo”.
(A.G.B. Fragmento de artículo de la revista “Nazareno”)
Siento orgullo de murciano al pertenecer como mayordomo a esta Cofradía.
Orgullo de ser depositario de la excepcional obra salzillesca, de su museo,
de asociar inevitablemente el nombre de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús
al de Salzillo y al de Murcia. Orgullo al contemplar los rostros de aquellos
que por primera vez se asoman a la obra artística del genial imaginero, de
ver procesionar a esta cofradía…de haber propiciado que sus tallas se
vieran en Madrid, Sevilla, Logroño, Cantabria… Orgullo, si, orgullo.
Y la tarde de viernes es Misericordia. Misericordia convertida en Cristo, en
su Descendimiento y a través de su madre Dolorosa. Misericordia que nos
llega desde el Barrio de San Miguel con tintes negros y capuces rojos.
Ten misericordia de nosotros Cristo del Viernes Santo. Todo se ha
consumado. El Hijo de Dios muestra su muerte, mientras María le quiere
tender los brazos . Roto, Jesús es descendido de la cruz, esa misma cruz
que han portado manos y hombros de mujeres murcianas en el corto
itinerario desde San Miguel hasta San Esteban horas antes del desfile
procesional. Mujeres que hubieran querido esta aquella tarde en Jerusalén
para ayudar a bajarlo con dulzura del madero, consolar a su Santa Madre,
amortajarlo y llevarlo hasta su santo sepulcro. Mujeres murcianas como las
67 damas que tiene el Santísimo Cristo de la Misericordia. Mujeres
nazarenas sin túnica que lucen con delicadeza la española mantilla y el luto.
La talla del hermano jesuita Domingo Beltrán , realizada en el siglo XVI es
excelente, así como la Dolorosa de Sánchez Lozano y el grupo
recientemente incorporado de Hernández Navarro.
Cuando la Misericordia está en la calle, la Real, Ilustre y Venerable
Cofradía de Servitas de María Santísima de las Angustias comparece a las
puertas del templo de San Bartolomé. Sabe bien la Presidenta de esta
antigua cofradía murciana el afecto que desde la admiración siento por
servitas y su hermosa Virgen. No hay Viernes Dolores que al paso frente a
su iglesia de un Nazareno que llega a la ciudad desde el Malecón, un ramo
de rosas que va a sus pies tenga como destino el altar de su venerada
titular.
Sólo, es una modesta ofrenda de respeto de unos hijos nazarenos a esa
imagen salida de la gubia de Salzillo que no sólo muestra como pocas el
dolor de María, sino la angustia de una madre, de nuestra madre.
Soy testigo de la admiración que a la Reina de España causó este paso
cuando formó parte de la exposición “Salzillo imágenes de culto” celebrada
en Madrid.
fotografía cedida por la Cofradía de Servitas de la Virgen de las Angustias
La misma que en Cantabria tuvieron esos preciosos angelotes que toman en
sus manos las de Jesús en el Calvario.
Y es que, todo el grupo de la Virgen de las Angustias, es una joya. Una
joya de brillantes que luce en la noche pasionaria perfumada de azahares y
magnolios .
Y tras esa Virgen, la Real y Muy Ilustre Cofradía del Santo Sepulcro se
convierte en el Santo Entierro de Jesús, abierto por la excepcional talla del
Cristo de Santa María la Real. Un crucificado en posición horizontal que
reposa sobre un lecho que claveles bermellones . Un crucificado que más
que muerto parece dormido y que portan jóvenes estantes con el mayor de
los respetos sabedores en las aulas Maristas que en esa muerte y en la
posterior resurrección se cimentan las bases de nuestra fe cristiana.
Un lienzo se mece en los brazos de una cruz vacía. A sus pies la Santísima
Virgen de la Amargura, una gran imagen de González Moreno, pierde la
vista en el infinito como si quisiera buscar entre las estrellas y luceros
que
decoran el cielo de Murcia alivio a su corazón atravesado por la daga del
dolor.
Es el paso del Santo Sepulcro una de las últimas escenas de la pasión y
muerte de Jesús. El Hijo de Dios, rodeado de santas mujeres, es introducido
en el sepulcro . Es el último momento en el que Jesús es visto , llorado y
tocado antes de resucitar.
Cierran la procesión la imagen de San Juan Evangelista y la Santísima
Virgen de la Soledad.
Son los nazarenos de la Misericordia, Servitas y del Santo Sepulcro, perlas
negras en la tarde y noche más nazarena de Murcia.
A las cero horas del Viernes Santo, cuando Murcia ha vivido su
esplendorosa y morada mañana, cuando la tarde ha estado vestida de negro,
la Real, Muy Venerable y Antiquísima Cofradía de la Preciosísima Sangre
de Nuestro Señor Jesucristo, muestra la Soledad de María. Es el silencio el
que acompaña a la señora por las calles semivacías de la ciudad. Es el
respeto a la Madre el que te sobrecoge en cualquier rincón al que te asomas
para ver el desfile de “los coloraos” que también saben lucir el luto. Es la
otra forma que tiene Murcia de entender su Semana Santa.
El único sonido de una campana acompaña a la Soledad en su caminar por
la madrugada. La procesión se detiene en el templo de San Juan de Dios,
allí yace muerto Jesús, y María se asoma para ver a su amado hijo.
Sola retorna al carmelitano barrio sobre los hombros de sus hijos de la
Sangre y el amor de los murcianos.
El blanco es el color del luto hebreo. De blanco visten los nazarenos de la
Cofradía del Santísimo Cristo Yacente y Nuestra Señora de la Soledad. De
blanco se dibujan las nubes en el cielo azul del Sábado Santo. De pálido
blanco es el rostro de su Virgen… blanco es el color del nacar…
A los rostros de las flores, de blanco apagan perfumes, ya adormecen sus colores, horizontes de seda azules Angel en dolor fundido, de plumas vidriado tu llanto; sueñas un cuerpo dormido, pálido de reflejos sin manto. Destellos de azahar e incienso aroman a Cristo Yacente en cirio sus cuatro luceros alumbran a la blanca muerte. (Anónimo) |
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Penitencial procesión, hermoso desfile, excelente broche a la pasión y
muerte de Jesús.
“Alguien había abierto las pesadas puertas del templo de Santa Eulalia
cuando hasta él llegaron un grupo de mujeres. Era el tercer días después de
la crucifixión de Jesús. Al paso les salió el arcángel San Miguel y les
dijo: a quien buscáis ya no está aquí…..”
Aquella mañana lucía un sol espléndido. Murcia olía a alábega y alelíes y
un bullicio de gentes se agolpaba en sus calles. La luz de Murcia es la
misma que la de la Archicofradía de Nuestro Señor Jesucristo Resucitado.
Blanca, destellante, dorada, azul…. única. Esa misma luz que brilló en
Jerusalén tal día como este hace 2.003 años. Esa luz que resplandeció en el
Santo Sepulcro cuando nuestro señor vivió tras la muerte.
Esa luz que desde el eulalio barrio acompaña al Resucitado en su paseo
triunfal por Murcia. Esa luz, que choca en la fachada barroca de nuestra
Catedral y hace de espejo al rostro de Jesús. Esa luz, que contonea el
perfil
de los nazarenos estantes y penitentes de esta querida cofradía creando unas
luces y sombras de gran belleza. Esa luz que se detiene en las miles de
flores que decoran la Cruz Triunfante y dotan a ésta de la misma hermosura
de nuestros huertos y jardines.
Luz de Murcia, luz del Resucitado, luz de primavera… la luz de la
Resurrección, la misma de las policromías de Bussy, Salzillo, Roque
López, González Moreno… ; idéntica a la que captan nuestros pintores en
sus cuadros… luz mediterránea y eterna.
“Aquellas mujeres contemplaron en el interior de Santa Eulalia que sobre la
piedra del sepulcro había tan sólo una sabana. Adivinaron en el interior del
mismo la imagen de Jesús en el lago Tiberiades, junto a sus discípulos de
Emaús, el rostro cercano de San Juan…, el Maestro no estaba allí “.
Jesús, el Hijo de Dios, había resucitado y estaba en las calles de Murcia,
en
la hermosa mañana de un domingo, junto a las Tres Marías y su Ángel, al
lado de María Magdalena, mostrándole sus manos a Tomás, ascendiendo a
los cielos y contemplando el rostro hermoso de su madre Gloriosa.
(A.G.B. Fragmentos de articulo publicado en la revista del Resucitado)
A sus pies, las cofradías y hermandades murcianas habían depositado la más bella corona que ser humano pudiera soñar. Engarzadas en oro y
platino, habían turquesas del Amparo, ámbar de la Fe, corales de la
Caridad, esmeraldas de la Esperanza, brillantes granates de El Perdón,
perlas de la cofradía de la Salud, amatistas del Rescate, rubíes de la
Sangre,
azabaches del refugio, topacios de nuestro Padre de Jesús, perlas negras de
la Misericordia, Servitas y del Santo sepulcro, y nácar del Yacente…
No te he nombrado en todo el pregón y no voy a hacerlo. Tu sabes mejor
que nadie, Nazareno de las Capuchinas , mi Nazareno, que eres un referente
en mi vida y en mi casa. Ante ti mis hijas recibieron los sacramentos del
bautismo y la eucaristía; ante ti me rompo muchas veces y a ti recurro en
infinidad de ocasiones para pedirte tantas cosas ¿verdad?… tu eres mi
fortaleza, mi confesor, mi amigo, mi maestro… mi primer y mi último
recurso. Mi Cristo si, mi Cristo , ese que tras cargar la cruz es clavado en
ella tomando el nombre de Amparo, Caridad, Fe, Esperanza, Perdón, Salud,
Rescate, Sangre, Refugio, Misericordia, de Santa Clara la Real, del Santo
Sepulcro… y luego yace, y después Resucita.
Por eso, cada Semana Santa….
“Va doblando la esquina, asomándose a la plaza. Otro Viernes de Dolores caminando sobre azulejos azules y cetros de plata. Herido y noble en lo alto; efigie de hombre sufrido, la cruz a cuestas y el alma conquistando a los murcianos entre rezos y suspiros. Es él, mi nazareno andante custodiado por toreros como el hombre más valiente. Es la luz y el llanto roto de una Murcia emocionada a su paso entre la gente.” (Carlos Salas González) |
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Esta es. Así entiendo yo que es , la Semana Santa de Murcia.
¡Viva ella!. ¡Viva siempre Murcia!.
Muchas gracias por su atención.
ANTONIO GONZÁLEZ BARNÉS