El templo murciano de San Nicolás de Bari, uno de los más grandes de la ciudad, se quedó pequeño en la mañana del domingo cuando más de medio millar de personas abarrotaron sus naves para despedir a González Barnes. Toda la ciudad se dio cita en ese último adiós al periodista y gran murciano que era Antonio. Numerosas caras del mundo de la política municipal y regional. Miembros de la actual corporación encabezada por el alcalde José Ballesta y numerosos compañeros ex concejales de las corporaciones a las que perteneció González Barnes con el que fuera alcalde de la ciudad, Miguel Ángel Cámara que también acudió a despedir al amigo. El mundo de la judicatura, el folklore, cofradías y hermandades de pasión y gloria, sardineros, moros y cristianos, del mundo musical y de la cultura en general. Así como gran número de periodistas murcianos con el Decano del Ilustre Colegio, Juan Antonio de Heras, quien por cierto pidió al alcalde Ballesta, en nombre de todo el colectivo, una calle para Barnés. Esta solicitud se materializará en las próximas horas y el primer edil de la ciudad se mostró completamente de acuerdo con la petición y prometió ponerla en marcha. Representación también de los clubs taurinos de la Región con Alfonso Avilés, Presidente del de Murcia, y otros llegados desde diversos puntos de la Región.  No podía faltar en esta manifestación de luto y dolor el colectivo taurino que acudió a despedir a González Barnés. Novilleros, matadores de toros, apoderados y empresarios acudieron a las diez y media de una mañana gris y desapacible a darle el último adiós al periodista, pero sobre todo al amigo.

 

El féretro entró en la iglesia a hombros de las gentes del toro, pero no como tales, sino como nazarenos estantes, que lo son, del paso de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder del que Antonio era Cabo de Andas. La hermandad que creara Barnés hace treinta años en el seno de la Cofradía del Amparo y cuya imagen, de gran devoción en Murcia, es portada únicamente por aficionados, críticos y hombres del toro. Estos llevaban la caja mortuoria que metieron al interior del templo marcando el paso nazareno como llevan, viernes de Dolores, el trono por las calles de la ciudad. Un momento de especial emoción pues, ese paso, esa forma de andar con la imagen al hombro, también fue incorporado por Antonio en el desfile procesional. Sus nazarenos introdujeron sus restos mortales en el templo marcándolo.

 

La misa fue oficiada por el sacerdote Luis Emilio Pascual, Director espiritual de la UCAM y consiliario de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús. Concelebró a su lado el vicario general de la Diócesis de Cartagena, Juan Tudela. Especialmente bellas las palabras del celebrante durante la homilía dedicadas a Cati, Alba y Elena, esposa e hijas de Antonio, y dirigidas también a todos los asistentes para glosar la figura de Antonio y su amor a Murcia, pero especialmente para recordarnos que no ha muerto y que ha resucitado junto a su Nazareno que es el Gran Poder. Luis Emilio hizo alusión a la niebla que en esos momentos cubría la ciudad, como un velo de dolor por la pérdida del gran hombre, pero que a mediodía cuando su cuerpo descansara en la tierra volvería a lucir el sol como símbolo de victoria sobre las tinieblas de la muerte. Sin duda fueron palabras muy intensas y cargadas de cariño pues conoce muy bien a la familia y además fue profesor de Alba, la hija mayor de Antonio, en la Universidad Católica San Antonio. Terminó animando a la hija de González Barnes, compañera en periodismo, a llevar a la practica el ejemplo y enseñanza de su padre que tanto amó a Murcia.

 

Acabada la ceremonia religiosa, fue precisamente Alba González Sojo, la que tras el responso se dirigió a su padre desde el altar mayor del templo y leyó una preciosa carta a su progenitor. Momento de enorme emoción cuando escuchamos sus palabras y la despedida que le hizo a González Barnes. Y al final, desde el coro de la iglesia donde estaban ubicados pero que nadie del público asistente sabia de su presencia, el grupo Parrandboleros a los que tan unido estuvo Antonio, cantaron en su honor “Mi Murcia bonica”. A los sones de la popular canción que habla de la ciudad, fiestas y rincones más característicos, muchos de los asistentes no pudieron reprimir las lágrimas viviéndose uno de los momentos más emocionantes de la jornada.

 

Al filo del mediodía a hombros de sus nazarenos estantes, las buenas gentes del toro, el féretro con los restos mortales de Antonio González Barnes, salía del interior del templo a la plaza de San Nicolás donde aguardaba el coche fúnebre. En ese momento un atronador aplauso rompió el silencio en el que estuvo envuelta la ceremonia e incluso se escucharon voces dando vivas al que fue un extraordinario murciano. Un hombre irrepetible del que la historia hablará sin duda, en un futuro próximo, por su amor y entrega a Murcia.

 

Descansa en Paz hermano, compañero, amigo y Director.

 

Alberto Castillo